domingo, 8 de marzo de 2015

Pujol: crónica de una batalla perdida


    Foto: Chilango 

(Texto elaborado al finalizar el taller "De qué hablamos cuando hablamos de gastronomía", impartido por Julio Villanueva Chang y Martín Caparrós en el marco del encuentro Mesamérica 2014.)


De cómo una comida devoró mis prejuicios.


Pretencioso, petulante, caro: un restaurante esnob presidido por un chef con cara de pocos amigos. Eso era lo que pensaba de Pujol, el restaurante de Enrique Olvera. Frente a los demás, era para mí “el mejor restaurante de México y uno de los mejores del mundo”. Pero yo difícilmente aceptaría dejar ir 2 mil 500 pesos para recibir a cambio una experiencia que no duraría más que una función de cine.

Pasó mucho tiempo y decidí que era momento de demostrar que tenía razón. Junté todo mi coraje y me encontré cara a cara con su fachada, en el número 254 de la calle Petrarca, en Polanco. Entré. Contemplé un local pequeño y sobrio, donde en apariencia no había cabida para lo ostentoso.

Los sonidos fueron los primeros en delatar la opulencia del lugar; el choque de las copas, las palabras prudentes, el “ju ju ju”, “ji ji ji”, las conversaciones de negocios. Un mesero se acercó a mi mesa y empezamos ese baile incómodo que siempre bailo en restaurantes como éste –no es que los visite demasiado–: me paro enfrente de la silla, el mesero la recorre hacia atrás, no sé qué hacer y volteo para asegurarme de no terminar en el piso. Después de soltar una risa nerviosa me siento.

Algo resignada pedí el menú degustación, pues no hay nada más que ordenar. A los pocos minutos un mesero con expresión seria, como si mi presencia le preocupara, me trajo un platito hondo con hielo troceado y una extraña infusión verde. Era un raspado de hinojo con lima y salicornia –un alga marina crujiente– para preparar el paladar, o algo así dijo. Miré mi plato con escepticismo (ahora la arrogante era yo). Me lo llevé a la boca, no sin antes contemplarlo con interés y sobarme la barbilla con la mano, como hacen quienes saben de comida.

El mesero me miraba desde lejos. Yo fruncí el ceño y puse cara de seriedad. La combinación de sabores y texturas no se parecía a nada que yo hubiera probado, pero no di indicio de ello. “Nada fuera de este mundo”, dije con un tono algo déspota. “Tráigame el siguiente”. El mesero fue a la cocina y regresó con un guaje partido a la mitad con un par de brochetas adentro.

Eran los famosos elotes del chef, tiernos y delgados, envueltos en un delicado humo y cubiertos con una mayonesa hecha con –después me enteraría– hormiga chicatana. “Qué delicia”, me dije a mí misma mientras saboreaba el sutil sabor ahumado del maíz. Pero me contuve. Endurecí la quijada y dije: “demasiada proteína”. Por supuesto que mentía.

Vino otro plato, y después otro más, y así sucesivamente hasta que desfilaron frente a mí siete manjares ricos en formas, sabores, texturas y color: coles rizadas horneadas (“¿tendrá algo un poco menos crujiente?”), un aguachile de semillas de chía (“el Omega 3 no va conmigo”), mole de brócoli (“es evidente que el mole está deschocolatizado”), taco de langosta (“sabe demasiado a mar”), panza de cerdo frita (“muy estomacal”)… Yo me empeñaba en encontrar “ese detalle” que me permitiría “derribar al chef”, pero él sólo conseguía seducirme más con sus creaciones. Mi enojo crecía a la par de mi éxtasis, y yo sentía que iba a explotar.

El mesero, nervioso, se apareció entonces con el postre. Sabía que el tiempo se le acababa. Nos lanzamos un par de miradas desafiantes, como dos adversarios que libran una batalla a muerte. Empecé a sudar.

Silencio absoluto. Los sonidos se habían desvanecido: ya no se escuchaban las copas, ni las risas falsas, ni las charlas de negocios. Sólo se escuchaban mis pensamientos, que me repetían una y otra vez que tenía que hallar la forma de demostrar que Pujol no era más que un mito.

El plato final contenía mitades de ciruelas en dulce, trocitos de pastel de elote y una crema de tomillo y limón. Habituada a los groseros cheesecakes y pasteles de trufa de dos pisos, desdeñé el postre por “tacaño” y “simplón”. Lo probé y percibí la mezcla perfecta de sabores, no demasiado dulces ni insípidos, sino justo en el punto medio. Y entonces lo entendí: los sabores de Pujol eran redondos, científicamente medidos, irrefutables. Me mordí el labio inferior. Era momento de admitir mi derrota.

Después de unos minutos una leve sonrisa se dibujó en mi rostro. El gesto se transformó en una sonrisa, muestra inequívoca de mi placer. El mesero volteó a la cocina y cerró el puño en señal de victoria; Olvera, asomado por la ventana, asintió con gozo y saboreó su triunfo. Yo también saboreaba mi derrota, me la devoraba. Un fracaso nunca había me sabido tan bien.


¿Quieres ser exitosa? Busca una pareja con estas cualidades




Publicada en Nupcias Magazine.


Según un estudio reciente, la elección de pareja tiene todo que ver con el éxito laboral.

El éxito profesional depende de muchos factores: creatividad, disciplina, pasión, tenacidad… y, de acuerdo con un estudio reciente, la elección de una pareja adecuada. Así es: aunque no lo creas, tu pareja romántica tiene todo que ver con la manera en que te desempeñas en tu trabajo.

“Quizá tu esposo no te acompañe a la oficina todos los días”, afirma Brittany Solomon. “Pero su influencia claramente sí lo hace”. Solomon, candidata a doctora en psicología por la Universidad de Washington en St. Louis, dirigió un estudio en el cual se analizaron las carreras y personalidades de más de 5 mil matrimonios de 19 a 89 años en un periodo de cinco años.

¿La conclusión? Las personas que podrían considerarse exitosas en su trabajo –con mayores aumentos salariales, ascensos de puesto y satisfacción laboral– estaban casadas con personas “concienzudas”: responsables, ordenadas, consistentes y enfocadas en los detalles.

Según el estudio, que será publicado en la revista Psychological Science, es mucho más fácil concentrarse en un proyecto cuando se cuenta con el apoyo de una pareja, por ejemplo, para cuidar de los hijos o realizar tareas en el hogar. Además, sentir el apoyo de alguien reduce considerablemente los niveles de estrés y permite equilibrar mejor la vida laboral y la privada.

Por si esto fuera poco, las parejas responsables ejercen una influencia aún más poderosa y sutil. “Las personas concienzudas tienden a reaccionar mejor ante los contratiempos y a terminar lo que empiezan. Aunque inconscientemente, estas cualidades son imitadas por sus parejas, quienes las trasladan a su vida profesional”, abunda la especialista.

Ya lo sabes: si quieres llegar lejos en tu profesión, probablemente debas considerar sentar cabeza con alguien meticuloso, esmerado y atento. ¡Te deseamos suerte en tu búsqueda!

Basado en un artículo de Anne Fisher publicado en Entrepreneur.

Cómo triunfar con un negocio en pareja




Publicada en Entrepreneur México.


¿Cómo emprender con tu pareja sin morir en el intento? Gabriela López, dueña del exitoso restaurante Máximo Bistrot, comparte su experiencia.

A primera vista, el local ubicado en Tonalá 133, en la colonia Roma, no tiene mucho de especial. Pero esta fachada austera alberga uno de los mejores restaurantes de la capital mexicana y, a decir de muchos, del país. Se trata de Máximo Bistrot, un lugar reconocido por la frescura y calidad de sus platillos y por su intachable servicio. Comer en este multipremiado restaurante es un privilegio: es tal la demanda que, en ocasiones, las reservaciones deben hacerse con varias semanas de anticipación.

Detrás de este exitoso negocio se encuentran Gabriela López y Eduardo García, un matrimonio que ha sabido superar un reto doble: por un lado, el de mantener un negocio a flote y, por el otro, el de aprender a trabajar en pareja. ¿Cuáles han sido los factores clave en el éxito de este negocio compartido?


Compatibilidad, la base

Eduardo y Gabriela se conocieron mientras ambos trabajaban con el reconocido chef Enrique Olvera. Al poco tiempo empezaron a salir y descubrieron que tenían un gran interés en común: “Ambos teníamos el sueño de abrir un restaurante, y pronto nos dimos cuenta de que era una gran oportunidad hacerlo juntos. Nos complementábamos bien, él en la cocina y yo con el know-how”, afirma Gabriela. Después de un tiempo él renunció a su trabajo en la cocina del famoso restaurante Pujol, y ella al suyo en el hotel Brick, ubicado en la Colonia Roma.

Para planear el proyecto apostaron por alejarse del ritmo ajetreado de la ciudad. Fue entonces que decidieron por un año a un hotel en Yelapa, Jalisco, una playa medio escondida a la cual sólo se tiene acceso por lancha. Estando ahí administraron un pequeño restaurante, con capacidad para sólo 20 personas. Él cocinaba junto con un ayudante y Gabriela hacía de todo: era mesera, cajera… “Fue un buen entrenamiento. Ahí fue donde verdaderamente nos dimos cuenta de cómo sería trabajar juntos”, afirma la emprendedora.

Lo más importante es que durante esta etapa aprendieron a separar el trabajo de su relación de pareja. “Una cosa es lo que se vive adentro del restaurante, y otra, lo que sucede afuera”, agrega. La experiencia no fue fácil (menos en un negocio tan estresante como éste), pero les permitió entender la forma de trabajar del otro y complementarse lo mejor posible. 


Primera tarea: delimitar responsabilidades

Eduardo y Gabriela siempre tuvieron claro quién se haría cargo de qué. La empresaria había estudiado administración de restaurantes, por lo que tenía experiencia en el campo del servicio y en management. Por otra parte, él ha cocinado durante toda su vida. Al final, las decisiones de la cocina las tomaría Eduardo, mientras que Gaby se encargaría de las que tienen que ver con lo demás.
“Pero eso no quiere decir que no valoremos la opinión del otro. Finalmente, pusimos este negocio porque a los dos nos apasiona la experiencia de la comida y porque tenemos mucho en común”, sostiene la dueña de Máximo Bistrot.


La cercanía, ¿ventaja u obstáculo?

Para Gabriela, la base del éxito de su negocio gastronómico es la relación que tienen como pareja. “Probablemente, si estuviéramos casados con personas ajenas al negocio no entenderíamos muchas cosas: la cantidad de horas que debemos dedicar al trabajo, el estrés que vivimos todos los días… esas son cosas que, a la larga, pueden desgastar cualquier relación. En cambio, nosotros lo entendemos. Transmitimos esa misma cercanía a nuestros clientes: nos gusta recibirlos, atenderlos personalmente, reconocerlos cuando regresan, hacerlos sentir como si los estuviéramos invitando a nuestra propia casa a cenar”, añade.


Más allá de la empresa

Para triunfar con una empresa en pareja es esencial alimentar la relación más allá del trabajo. A los creadores de Máximo Bistrot les gusta viajar, pues es una actividad que les permite inspirarse, acomodar ideas y desconectarse un poco del día a día. Por eso, cada tres o cuatro meses se toman una o dos semanas de vacaciones. Además, en ocasiones durante los días que cierra el restaurante (domingo y lunes) se escapan a algún destino afuera de la ciudad y aprovechan para platicar sobre su relación. “Procuramos evitar que todo sea trabajo, trabajo, trabajo”, comenta Gabriela.


“No es personal, son negocios”

“¿Qué consejo les daría a las parejas que están por iniciar un negocio? Que tengan paciencia y mucha empatía. Que aprendan a ponerse siempre en los zapatos del otro para entender por lo que está pasando. Y, sobre todo, que sepan discernir entre lo que pasa adentro y afuera. No hay que tomarse tan a pecho las cosas que suceden en el negocio”, concluye.