viernes, 25 de octubre de 2013

[Entrevista] Diego Hernández-Baquedano, apasionado de los sabores puros




Publicado en Terra el 01 de agosto de 2013

Diego Hernández-Baquedano es un exponente de la cocina orgánica en toda la extensión de la frase. En su restaurante Corazón de Tierra,  situado en el fértil Valle de Guadalupe, se empeña por rescatar los sabores puros, poner ingredientes frescos en el centro de la mesa y ofrecer a sus clientes una experiencia cercana a la naturaleza en un recinto rodeado por viñedos y huertos.

Aprendió a cocinar con los chefs Benito Molina, del restaurante Manzanilla, también en Ensenada; Guillermo González, de Pangea, en Monterrey; y Enrique Olvera, de Pujol, en la Ciudad de México. Después viajó a Tijuana para estudiar en el Culinary Art School, y en esa misma ciudad abrió su primer restaurante, Uno. Cuando cerró Uno, Diego decidió regresar a su ciudad natal, Ensenada, para abrir junto con amigos socios Corazón de Tierra.

El restaurante se ubica en un predio de 28 hectáreas, el cual comprende cuatro negocios: un hotel, una vinícola (Vena Cava), el restaurante y un bar campestre.



 La arquitectura, orgánica como los platillos

Foto: Facebook
Corazón de Tierra se sitúa a una hora de Tijuana y media hora de Ensenada. Para llegar los visitantes deben recorrer aproximadamente cinco kilómetros de terracería. “No viene tanta gente como si estuviera ubicado a la orilla de la carretera, pero la que viene es porque lo está buscando”, explica Diego.

Para el joven chef fue importante erigir un edificio que tuviera congruencia con la filosofía del restaurante. Eligió a la arquitecta Claudia Turrent, originaria de la Ciudad de México, para llevar a cabo la construcción. “Cuando platicamos sobre la obra le dije que quería que estuviera relacionada con la comida. A mí me gusta que la comida sepa a lo que es, no me gusta taparla con condimentos. Me gusta que la zanahoria sepa a zanahoria y que se vea como tal. Es un respeto al ingrediente. Del mismo modo me gusta respetar los materiales en la arquitectura. En este caso usamos madera, vidrio y metal, y conservamos su textura natural, sin muchas modificaciones”, añade.

El metal forma la estructura, el vidrio permite ver hacia el viñedo y el huerto y proporciona una vista privilegiada de las montañas. La cocina es abierta, es decir que no tiene división con el comedor. “Así la gente puede ver todo lo que pasa ahí”, comenta el chef.



Del campo a la mesa hay sólo un paso

…O quizá varios más, pero en todo caso no son más de un par de metros los que separan la cocina con el   gallinas, patos y guajolotes, y estamos en planes de asociarnos con un agricultor para tener nuestros propios borregos”, comenta.
huerto de donde proceden los alimentos. “Por cuestión de sabor y calidad, en nuestro huerto sembramos las verduras. Producimos nuestro aceite, nuestra miel, almendras, vinagres con los restos de las uvas que usan para hacer vinos… Tenemos gallinas, patos y guajolotes, y estamos en planes de asociarnos con un agricultor para tener nuestros propios borregos”, comenta.

Lo que no se cultiva en el huerto es comprado a pequeños productores locales. “Lo interesante de Ensenada es que, como es una ciudad pequeña, la relación con los productores es más directa, más humana. No hay tantos intermediarios, vamos directamente con la persona que hace las cosas”.



Sobre el menú…

“Ya que los ingredientes son frescos no tenemos un menú fijo. No podemos comprometernos con platillos estándar, dependemos de la disponibilidad de las cosas. Dependemos de lo que saquen los pescadores del mar en el día, de los animales que tengan disponibles las granjas. El menú cambia cada semana; es un menú degustación que consta de nueve platos”, detalla.

Esta dependencia de la naturaleza presenta muchas ventajas, pero también limita en algunos aspectos. “Como nosotros cultivamos muchos de los ingredientes, tenemos el control de las cosas desde el principio”. ¿La desventaja? “Ha pasado que a un cliente le guste mucho un platillo, y cuando quiere volver a probarlo éste ya no existe”.



Vinos del valle, el maridaje perfecto

 En Corazón de Tierra se sirven únicamente vinos producidos en el Valle de Guadalupe. “Cada semana el sommelier Pedro Poncelis Jr. elige seis vinos para acompañar el menú. Trabajamos con una variedad muy pequeña de etiquetas, pero eso nos permite conocerlas bien. Podemos saber sus historias, conocer a las familias que los elaboran, aprender detalles”, explica.

Las comidas en este restaurante se maridan con “joyas del vino mexicano: vinos de añadas antiguas, vinos de culto, como uno de 1987 que abrimos hace poco; vinos de Casa de Piedra del 2000, vinos que ya no se venden en ninguna tienda y a los cuales nosotros tenemos acceso gracias al contacto personal con los productores”.


Un agradecimiento de los comensales, la mejor recompensa

“Lo que más me llena es que la gente agradezca la comida. El trabajo de un arquitecto requiere muchos años de creatividad y esfuerzo para verse terminado. Un cocinero se tarda media hora en hacer un  plato y con eso puede obtener una sonrisa del cliente. Eso pasa todos los días, todo el día. Es una carga de energía muy positiva que me da pila”, finaliza.